Trabajo con lo que no se deja domar. Con lo que mantiene su impulso vital aun cuando intento contenerlo. En esa fuerza que no se rinde encuentro una dulzura profunda, una ternura que no busca agradar, sino simplemente ser. Esta obra nace del deseo de reconciliar esos opuestos: la solidez y la entrega, la forma y lo que se disuelve. Creo que dentro de cada persona habita una energía femenina —una manera de crear, cuidar y sostener— más allá del cuerpo o del género. Esa energía sabe que la suavidad también es poder, que ceder no es rendirse, y que lo salvaje puede ser profundamente sensible. En los tintes y el acrílico conviven el gesto y la pausa, la piedra y el agua. Pinto para recordar que lo indómito también puede ser dulce, y que en la quietud de lo más feroz, la vida sigue latiendo.